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Abstract
A veinte años de la caída del muro de Berlín y el colapso del comunismo soviético en Europa Central y del Este, en el presente artículo se reflexiona sobre el papel de la disidencia en el proceso de transición democrática llevado a cabo en la antigua República de Checoslovaquia, desde la Primavera de Praga en 1968 a la Revolución de Terciopelo en 1989. Como eje de dicha reflexión, se rememora y analiza el impacto de una muestra concreta de la mencionada disidencia: la muerte del estudiante de 21 años, Jan Palach, quien el 16 de enero de 1969, se autoinmoló en la Plaza de San Wenceslao a manera de protesta contra la ocupación soviética de su país. Desde un punto de vista histórico, político y ético, las páginas siguientes hacen eco sobre las lecciones que Palach y los disidentes checoslovacos han legado a quienes, a poco más de cuatro décadas de su muerte, desean y merecen vivir en libertad, al abrigo de la democracia.